El estudio de las formas de convivencia en hogares muestra que en España envejecer al lado de la pareja (cónyuge o pareja de hecho) es más frecuente entre hombres que entre mujeres. El 70,8% de los hombres de 75 y más años viven en pareja, y el 36,2% de las mujeres de la misma edad viven solas (Encuesta Continua de Hogares, 2013, primera oleada). Son las dos principales situaciones de convivencia. Los hombres nunca alcanzan los niveles de soledad femeninos ni en la vejez más avanzada.
Entre 65-69 años, un 82% de los hombres y un 67% de las mujeres aún viven en pareja (solos o con algún hijo u otra persona), pero esas proporciones disminuyen regularmente según avanza la edad, con un retroceso muy marcado en las mujeres. Al final de su vida los hombres siguen viviendo básicamente en pareja (56,8% a partir de los 85 años, por sólo 14,2% entre las mujeres), por lo que apenas aumenta el tipo de convivencia con otros familiares u otras situaciones, ni la soledad (sólo uno de cada cinco vive en soledad a los 85 y más años).
Entre las mujeres el patrón es diferente. El descenso de la proporción de las que viven en pareja contribuye al aumento de las otras formas de convivencia; crecen notablemente la convivencia con otros familiares u otras personas (45,7% a partir de los 85 años) y la soledad (40,1% a esas mismas edades). La posibilidad de que una mujer de edad vuelva a casarse, tras viudez o divorcio, es mucho menor que la de un hombre; según el Movimiento Natural de la Población de 2012, 4.161 varones (viudos o divorciados) de 60 y más años volvieron a casarse por sólo 1.202 mujeres de esas edades; aquéllos se casan normalmente con mujeres de menor edad.
La razón fundamental de estos patrones de convivencia divergentes entre hombres y mujeres es la mayor mortalidad masculina que rompe el hogar formado por la pareja, y deja a la mujer bien en soledad, bien en otras formas de convivencia, con alguna hija (o hijo) u otros parientes, u otro tipo de hogar, sin relación de parentesco.
La institucionalización es otra forma de convivencia fuera del hogar. Vivir en alojamientos colectivos, sobre todo en residencias de mayores, se hace más frecuente con la edad y entre las mujeres . Las proporciones de personas institucionalizadas son aún bajas comparadas con otros países centro y noreuropeos. Un 5,2% de los hombres y un 8,7% de las mujeres de 75 y más años viven en alojamientos colectivos (Censo de Población de 2011); a partir de los 85 años son 9,2% y 14,1% respectivamente. En los años previos a la crisis económica de 2008 el número de plazas en residencias de mayores era creciente, denotando una mayor propensión a esta forma de vida. Con la crisis es posible que se haya detenido tanto el crecimiento de la cifra de plazas como de ocupación.
Tras la ruptura de la pareja, si ha existido este tipo de convivencia, vivir en soledad, cohabitar con otras personas, generalmente familiares, o ir a institución, depende de planteamientos culturales y familiares (obligación y reciprocidad asumidas por los hijos, deseo de independencia, carga del cuidado en caso de dependencia), razones económicas (coste de la institucionalización, nivel de la pensión, patrimonio familiar), entorno físico (condiciones del alojamiento familiar, número de habitaciones), contexto político (desarrollo de servicios sociales de atención domiciliaria), o de avances tecnológicos (dispositivos que permiten autonomía en soledad).